Colonizadores de la noche en el siglo XIX
Por Xavier Quirarte para diario MILENIO*
Aunque la moral condenaba a quienes vagaban en la noche, hacia 1865 la vida nocturna en la Ciudad de México se intensificó.
Con frecuencia se condenaba las actitudes escandalosas de los habitantes de la noche.
A mediados del siglo XIX, la noche en la Ciudad de México era más oscura. Y recurrimos a esta licencia porque simple y sencillamente no había luz eléctrica. En las calles había uno que otro farol con combustible de aceite de grasa vegetal y animal, pero daban una luz magra.
La introducción de la iluminación con lámparas de gas en 1865 fue un suceso porque constituía un avance tecnológico. Pero esto no significa que se hiciera la luz en abundancia, nos cuenta el antropólogo Andrés López Ojeda. "Cada lámpara de gas equivalía a diez velas, por lo que era un alumbrado ínfimo. Vicente Riva Palacio se burlaba del alumbrado, porque decía que más bien parecía que en las calles iban fumadores."
El salto cualitativo en cuanto a iluminación se dio en 1880, cuando se introdujo el alumbrado eléctrico, aunque su desarrollo no se verá pleno hasta principios del siglo XX.
"De 1865 a 1900 en la Ciudad de México coexistían tres tecnologías: las velas, el alumbrado de gas y el eléctrico, pero el que predominaba era el segundo", explica el investigador que actualmente imparte en la Universidad Autónoma Metropolitana el seminario La moral oscura: vida cotidiana nocturna en la ciudad de México durante el último tercio del siglo XIX y sus reflejos culturales actuales.
Todo contra la juerga
Ir de juerga en las noches en esa época era una actividad para espíritus realmente desafiantes porque la seguridad en las calles no era garantizada por la policía –cualquier semejanza con la actualidad es mera coincidencia–.
Nos cuenta el antropólogo que "los policías eran multifuncionales: eran los encargados no sólo de cuidar el orden público, sino también de perseguir a los ladrones y los vagos. También tenían que revisar que los letreros en las calles estuvieran correctamente escritos y mataban a los perros callejeros. Se les daba un peso por cada perro muerto, porque por cuestiones de higiene había muchas enfermedades y en particular los perros eran una amenaza por la rabia".
Había factores que inhibían la vida nocturna, pero incluso sin luz la noche arrastraba con su manto a quienes dejaban las reglas y las buenas costumbres en la oscuridad. Los vagos y juerguistas podían acudir a una de las 200 pulquerías que entonces existían. Pero estos establecimientos tenían que ajustarse a un horario, comentará el lector perspicaz. Sí, nos ilustra López Ojeda, "pero una vez que se cerraba, la gente se quedaba adentro y se seguían."
Los libertinos tenían que hacer oídos sordos a su conciencia o a la atronadora voz de los curas, porque a las religiosas las reformas de Benito Juárez les hacían, si se nos permite la expresión, lo que el viento al citado prócer. "La iglesia identificó el cielo con el día y con la luz, y el infierno y lo malvado con la noche y la oscuridad", asegura el investigador.
Buscar amores fugaces también era otro incentivo para birlar la noche. A pesar de los intentos de los curas por condenar a las mujeres públicas a las hogueras del infierno, la profesión existía y en gran escala, lo mismo que el adulterio.
Apropiarse del espacio
No existe mucha información sobre la vida nocturna en general, porque buena parte de ella proviene de los diarios, que casi siempre se referían a acontecimientos que escandalizaban a las buenas conciencias. En esa época la mayor parte de la gente no sabía leer ni escribir, por lo que básicamente conocemos la visión de la clase media y alta.
De ahí el interés de López Ojeda por investigar lo que denomina el proceso de colonización de la noche, que inició alrededor de 1865. "La gente se empieza a apropiar del espacio nocturno por todos estos cambios que trajo la industrialización de México durante el gobierno de Porfirio Díaz. Se introduce el motor de vapor que hace que las fábricas comiencen a funcionar más tiempo y durante la noche. También se desarrolla el transporte: los tranvías de mulitas comienzan a transformarse en tranvías de tracción de vapor y luego en eléctricos."
La vida nocturna cambió y las funciones de teatro terminaban a las 12 de la noche y, por consiguiente, había más servicios.
Muchas de las obras estaban vinculadas con la moral de la época porque el teatro era visto como un vínculo de aculturación y refinamiento, asevera el antropólogo. "El teatro tenía esas connotaciones, pero también había obras de contenido erótico, con desnudos... Es decir, enseñaban la piernita, como en el baile del can-can. Quienes iban a las obras más morales eran las clases altas y las populares tenían sus propios teatros, que llamaban jacalones, donde se daban funciones de tandas. Los jacalones se instalaban en las plazas principales, a un lado de la Catedral o en los alrededores de la Alameda, donde presentaban comedias picantes o sátiras".
Según las reseñas periodísticas las obras atentaban contra la moral y las buenas costumbres. Pero lo que se escribía era la visión de las clases acomodadas. "Como las obras terminaban a las 11 o 12 de la noche y las clases populares se emborrachaban y hacían escándalos, la prensa criticaba este tipo de diversiones. Eso lo podemos leer en las crónicas de Manuel Gutiérrez Nájera y otros escritores, que eran parte del grupo social privilegiado".
*Domingo 26/02/06
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